Por Andrés O’Dogherty, licenciado en Biología. Técnico en parafarmacia mundonatural c/ Fernando el Católico (Madrid)
Cuando pensamos en aceite, lo primero que nos viene a la cabeza es probablemente nuestro querido aceite de oliva, que tan famoso se ha hecho por las propiedades que se le atribuyen, o también el aceite de girasol, otro clásico del mundo del mundo culinario. Y a día de hoy otros están empezando a hacerse un hueco en la sociedad, ya sea para bien, como los aceites esenciales de cosmética (arán, rosa mosqueta, lavanda y un gran etcétera) o para mal, como es el caso del aceite de palma, que tanta mala fama tiene por su gran contenido en grasas saturadas.
Lo que tienen en común todas estas sustancias que llamamos aceites es que son líquidos, de composición lipídica (los lípidos son una familia de moléculas bioquímicamente hablando muy heterogénea y variada), insolubles en agua y menos densos que esta (son dos particularidades que hace de los lípidos un grupo). Como es lógico, siendo una familia de compuestos tan variopinta, no todos los aceites tienen omega 3 en su composición, y, por tanto, no todos nos valen como fuente de omega 3. Sigue leyendo